El post de ayer me ha recordado que Troya, la perra que forma parte de nuestra familia, se está haciendo mayor.
Tiene ya unos trece. La cosa es así, cuando la adoptamos un puente de mayo nos dijeron que tenía cinco o seis, así que yo la hago cumplir años cada dos de mayo.
Recuerdo perfectamente a aquella perra activa, cruce de varias razas de caza, con perdigones bajo la piel y mucho miedo, incansable corriendo tras la pelota o algún amigo canino, extremadamente obediente pero incapaz de resistirse al rastro de un conejo.
Ahora es una abuela paciente y tranquila que dormita siempre que puede, que gusta de largos paseos lentos (raro es el día que no andamos con ella y los niños al menos un par de horas) y que tras recoger un par de veces la pelota con mucho entusiasmo está pidiendo un descanso.
Se conserva muy bien. Está en su peso y saludable, pese a esa leishmania contra la que estamos luchando desde que la adoptamos. En su aspecto sólo un vistazo a sus los dientes indicaría su edad. Los que la conocimos hace años notamos también un rostro más afilado, algunos pellejos colgando que antes no existían y otra manera de moverse.
Ya hace tiempo que estoy mentalizada de que en algún momento tendremos un disgusto. Forma parte del ciclo de los que hemos decidido compartir nuestra vida con animales. Cada cierto tiempo pagaremos con lágrimas la compañía recibida.
Pero si el animal que nos deja ha tenido una vida larga y feliz con nosotros, tampoco deberíamos llorar tanto. ¿No creéis?
La de las primeras fotos es Troya. La de la última es Macarena, una cruce de labrador de 10 años de edad. Lleva 8 años en el alberge (desde el año 2002) y ya va mereciendo una oportunidad de tener un hogar. Está en Asoka Castalla (Alicante).
A pesar de sus 10 años va siempre con su pelota en la boca, lista para salir al patio y jugar con ella. Es una perra tranquila y muy cariñosa. Se merece una oportunidad de conocer lo que es un hogar.
Contacto: asokacastalla@gmail.com