No existe otro animal tan creado a gusto y necesidad del hombre como el perro. Es cierto que con los gatos también se están buscando razas extremas y que todos los animales domésticos, todo el ganado, ha sido seleccionado durante tantas generaciones para cubrir nuestras expectativas de alimento, abrigo o servicio que poco se parecen a sus ancestros salvajes. Pero ninguno, insisto, ninguno tanto como el perro.
En ningún otro animal hay diferencias tan grandes de tamaño, aspecto, funciones, pelaje… Dependiendo de si queríamos cobradores, corredores, guardianes, pastores o compañeros, íbamos seleccionando unos u otros ejemplares hasta configurar las distintas razas.
Todo eso se ha multiplicado y exagerado en los últimos cien años. Nuestro afán por jugar al doctor Frankestein dejó de lado en muchas razas la funcionalidad y la salud de los animales, que debería ser lo prioritario. Y la mejor manera de darse cuenta es mirar lo que eran hace unas generaciones las razas que hoy vemos desfilar en los concursos caninos y por nuestras calles.
De hecho ya hay criadores que se están preocupando por volver a tener ejemplares más saludables, mas semejantes a sus tataratatarabuelos, aunque eso suponga alejarse de esos estándares de raza arbitrarios que miden el ángulo en el que se implanta la nariz o la altura a la cruz para descartar animales por unas pequeñas desviaciones.
No ha sucedido con todas las razas. Las sigue habiendo mas funcionales, perros de trabajo saludables. El problema son aquellas en las que hemos ido a buscar extremos: perros de tronco larguísimo, perros de morro casi inexistente, que pesan menos de dos kilos, que tienen las patas cortitas, las caderas tan estrechas que apenas pueden parir sus propios cachorros.
El ejemplo más claro es el del bulldog inglés, cuya esperanza de vida es cortísima y con numerosos problemas de salud asociados a ese aspecto que nos llama tanto la atención y hemo potenciado. Estoy con Adam Ruins Everything cuando dice que el simple hecho de criar determinados ejemplares, de traerlos al mundo para sufrir y morir jóvenes, es maltrato animal.
Mirad cómo han cambiado los perros que os muestro, fijaos en las cabezas, en la longitud de las patas, en la caída del lomo, en la proporción del tronco de esos bull terriers, pastores alemanes, bulldogs y jack russells que ilustran este post (fotos de Wikimedia Commons). No les estamos haciendo ningún favor con esa cría que busca lo exagerado en detrimento de lo funcional, de lo saludable, de lo recomendable.
Tal vez por eso mi raza preferida es la mestiza. Y no solo por el vigor híbrido, ya sabéis…
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